“Todos somos muy ignorantes. Lo que ocurre es
que no todos ignoramos las mismas cosas.”
-Albert Einstein
El otro día leí un libro muy interesante: Sin planificar, de Abby Johnson.
Abby fue una vez directora de una de las clínicas que Planned Parenthood, la principal proveedora de abortos en los EE.UU., tiene en Texas. Tras presenciar un aborto guiado por ecografía decidió cambiar definitivamente de bando y pasó a formar parte del movimiento pro-vida. Pero esta experiencia ( la de ser testigo de un aborto en directo ) solo había sido la gota que colmó el vaso. En su libro, podemos seguir el recorrido de Abby desde que entró en la organización abortista como voluntaria hasta que un buen día, y ya como directora, sintió que no aguantaba más y abandonó su puesto para unirse a Coalition for Life, dejando a todos (tanto a los pro-vida que la acogieron como a sus ex-compañeros de trabajo) con la boca abierta.
Lo más significativo de esta historia es que nos permite conocer las razones que llevan a muchos pro-elección a defender una práctica tan controvertida como es el aborto. Y es que Abby, como muchos de sus compañeros, entró a trabajar en la clínica de planificación familiar con un noble y loable objetivo: ayudar a las mujeres en situaciones de crisis.
Es por eso que este libro me ha proporcionado la excusa perfecta para escribir sobre un tema que llevaba tiempo rondándome la cabeza: la guerra entre pro-vida y pro-elección.
En el tiempo que llevo dedicándome a la lucha por la vida a través de mi página de Facebook Yo también fui feto, he podido darme cuenta de las dimensiones del conflicto. Y lo que más me llamó la atención fue el odio que percibí en muchos de los contendientes, tanto de uno como de otro bando.
Sé que no soy quién para decirle a los demás cómo deben defender sus creencias, pero sí me gustaría explicar cómo veo yo este asunto. Es evidente que tanto pro-vida como pro-elección están convencidos de que tienen razón. Cuando alguien tiene una convicción tan fuertemente arraigada le resulta extremadamente difícil desprenderse de ella. Hacerlo supone reconocer que se estaba equivocado y eso no es plato del gusto de nadie. Yo soy partidaria de que si se quiere convencer a alguien debe hacerse siempre con respeto y buenas palabras. Si una persona que no piensa como nosotros nos viene con insultos lo más lógico es que no tomemos en cuenta su opinión, por sólida que sea. El desprecio y la agresividad menoscaban la credibilidad de cualquiera.
Por otro lado, desde mi postura pro-vida, me siento incapaz de desearle mal a nadie. Creo que todos estamos en este mundo por algo, que todos somos importantes. He escuchado muchas veces decir que las mujeres que abortan no tienen perdón de Dios. He visto cómo se las juzga sin piedad, he oído historias de mujeres que eran repudiadas por sus familias al saber que habían abortado. Y cuando oigo estas cosas no puedo dejar de pensar en que Jesús dijo “El que esté libre de pecado que tire la primera piedra” y también “No juzguéis si no queréis ser juzgados”. ¿Cuán desesperada debe estar una madre para no ver otra salida a sus problemas que abortar a su propio hijo? ¿Qué historias esconderán las jóvenes que, arriesgando sus propias vidas, se someten a abortos clandestinos? ¿Una mujer que aborta entre lágrimas a su hijo porque cree que de nacer solo podrá proporcionarle miseria, o una que lo hace bajo las amenazas de su familia o su pareja, es realmente una sádica asesina? ¿No es, acaso, una víctima más de esta sociedad cruel que prefiere mirar para otro lado cada vez que una mujer es violada, cada vez que un niño es maltratado, anteponiendo siempre la propia comodidad al bienestar ajeno?
Puedo entender que, para aquel que no vea la humanidad del no nacido, suponga una atrocidad negarles a estas mujeres cualquier salida para su situación, aún si esta pasa por destruir la vida de su hijo. No olvidemos que ellos no ven dos vidas humanas en juego, sino solo una. Muchos piensan que condenar el aborto es empujar a las mujeres a arriesgar sus vidas para acceder a él. Pero esto no tiene por qué ser así. Todos sabemos que muchas de las mujeres que acuden al aborto no lo harían si encontrasen a alguien que les echase una mano.
Ese debe ser el objetivo del movimiento pro-vida. Ayudar, no desamparar. Perdonar, no condenar.
Amar, no odiar.
Una persona que defiende el derecho al aborto no lo hace por odio a los no nacidos, sino por amor a las mujeres. Lo mismo que un pro-vida defiende el derecho a vivir por amor a las mujeres y a sus hijos. Los dos queremos hacer el Bien. Quién tiene razón y quién no solo Dios lo sabe.
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